La observación más importante de Ida Rolf fue que la forma del cuerpo se desarrolla y cambia de acuerdo con la gravedad terrestre. La gravedad tiene efectos sobre el organismo a lo largo de nuestra vida, nos conforma y nos deforma según sepamos utilizarla, según nos movamos, según sea nuestra estructura.
El hombre se relaciona con la gravedad de manera diferente a los animales. En lugar de apoyarse con firmeza sobre cuatro soportes, cuenta con una estrecha e inestable base de solamente dos puntos de apoyo; está menos seguro pero puede ser más dinámico, más flexible, con dos de sus miembros disponibles para un contacto activo con el mundo que le rodea.
El objetivo del Rolfing® es acercar los distintos segmentos del cuerpo (cabeza, cuello, torso, pelvis, piernas y pies) hacia un equilibrio, una mejor relación y un soporte entre ellos.
La disposición espacial de las unidades anatómicas y la mayor capacidad de movimiento son pues objetivos fundamentales. Si los centros de gravedad de cada segmento están alineados unos con otros, la gravedad es capaz de aguantar cada segmento y a todo el cuerpo en su conjunto. A su vez, para que la estructura funcione correctamente, estos segmentos han de estar apilados unos encima de otros y la relación entre sus partes blandas ha de estar en equilibrio, es decir, sin tensiones, sin rotaciones y sin desplazamientos.
Los desequilibrios crean fuerzas de compresión a través de las articulaciones. Y el cuerpo tiene que gastar energía extra para compensar estos desequilibrios. En un cuerpo alineado, en el eje vertical gravitatorio, la apariencia y la sensación que se percibe de ese cuerpo es que no hay tensiones, ni cargas innecesarias. En un sistema así, la gravedad funciona como soporte y empuje hacia arriba a través del cuerpo.